Una conversación con Carlos Rubio: el reto de escribir literatura infantil entre el cambio digital y el difícil contexto centroamericano.
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Primera entrega
La literatura infantil en la era digital: una cuestión de calidad más que de formato.
En esta primera entrega, iniciamos una serie de tres sobre la visión de Carlos Rubio, destacado escritor costarricense y experto en literatura infantil. A través de una entrevista exclusiva, Rubio comparte su perspectiva sobre la evolución de la lectura, desde los primeros soportes textuales hasta los actuales dispositivos digitales. En este primer capítulo, abordamos el tema de la literatura infantil en la era digital, donde Rubio plantea que más allá del formato, lo crucial es la calidad del texto. A lo largo de la entrevista, se explora cómo a la tecnología no se le debe temer, sino que debe ser una herramienta que se ajusta a las nuevas generaciones y sus necesidades de lectura. Además, reflexiona sobre el papel de los textos y la estética en la formación de valores fundamentales como la benevolencia y la justicia. En las siguientes entregas, profundizaremos en la concepción de Rubio sobre la literatura infantil y sus diferencias respecto a la función de la educación formal, además de entender la importancia de preservar la memoria a través de los relatos.
A la tecnología no se le puede temer.
Para el escritor costarricense Carlos Rubio el ser humano siempre ha tenido la necesidad de leer, sin importar la continua evolución de los soportes textuales. En tiempos remotos, explica, el ser humano “hizo pinturas en las paredes de las cuevas, y plasmó su pensamiento por medio de escrituras en piedras, cueros, papiros o pergaminos”. Rubio destaca que el advenimiento de la imprenta durante el Renacimiento fue una revolución comparable a la que vivimos hoy al leer textos en internet. “En ese entonces pasaron de la condición de invertir meses o años en realizar un solo manuscrito de un libro a hacer una edición de cincuenta o cien ejemplares en pocos días”, señala. Así, el autor indica que hoy basta con pulsar un botón para dar a conocer un texto, y pocos minutos después ya puede estar siendo leído por centenares o miles de personas. Sin embargo, lo que persiste a lo largo de estos cambios vertiginosos es “la necesidad del ser humano de comunicar sus sentires, convicciones o fantasías. A la tecnología no se le puede temer”.
No importa el soporte, sino la calidad.
Carlos Rubio, nuestro entrevistado, ha sido profesor experto en literatura infantil y narración oral en la Universidad Nacional y la Universidad de Costa Rica. A lo largo de su carrera, ha sido testigo del tránsito de la lectura en papel hacia los nuevos soportes digitales. Para él, no hay diferencia entre estas formas de leer. “Leer una obra en una tableta electrónica o un teléfono celular puede ser tan reconfortante como leerla en un antiguo manuscrito iluminado. Y si se trabaja con jóvenes generaciones, es necesario ajustarse a sus necesidades de lecturas y exploración de nuevos soportes textuales”, afirma Rubio. En su opinión, “mucho más que preocuparse por la superficie sobre la que se lee, resulta de mayor relevancia ocuparse por la calidad de los textos y las condiciones con las que son leídos”.
El escritor también critica los contenidos disponibles en las redes sociales, que, según él, “no siempre presentan condiciones estéticas o éticas y pueden conducir al niño a encontrar una visión desmejorada, pueril, superficial y desesperanzada de su entorno y de sí mismo”. Además, señala que “cuando miramos redes sociales, saltamos de un tema a otro a una velocidad inusitada; podemos pasar de un acontecimiento social cercano a una noticia de la farándula o a un artículo filosófico, hechos que nos dificultan la capacidad de concentrarnos en un solo tema”.
La estética, una forma de pensar en la benevolencia y la justicia.
Respecto a este tema, Rubio continúa expresando su preocupación por lo que los jóvenes consumen a través de las redes sociales y los nuevos soportes tecnológicos. En su opinión, tanto ellos como todos los demás necesitan un acercamiento al mundo de la belleza. “Se deben leer textos que faciliten una apreciación hermosa del mundo. Si no existe la belleza (o la estética, si se quiere), difícilmente puede pensarse en la benevolencia o la justicia”, sostiene. En su planteamiento, los textos deben ser entretenidos y capaces de sostener la atención del lector de principio a fin, reafirmando las posibilidades de concentración en un solo tema. Además, es importante que haya una conciliación entre lo que desea expresar la persona que escribe o ilustra y lo que las nuevas generaciones desean leer. “De este modo será posible establecer el diálogo entre escritor y lector, un diálogo que supone el acto de leer”, concluye Rubio.
El escritor también subraya que, a pesar de los avances tecnológicos, el libro de papel no debe desaparecer de la historia de la infancia. “El libro de papel puede ser marcado y diferenciado con nuestro nombre; acumula manchas, rayones o rasgaduras, al igual que nuestro cuerpo se apropia de marcas, arrugas o cicatrices”, reflexiona. Además, resalta que un libro tiene “aroma a nuevo o viejo, y nos acompaña durante nuestra vida”. El libro de papel envejece junto a nosotros y se convierte en una parte fundamental de nuestra historia como lectores, afirma. Si bien no descarta el uso de las tecnologías, el libro de papel sigue siendo clave para formar nuestra memoria sobre lo leído y, por lo tanto, lo vivido, asevera el autor.
Hubo una época en la que los niños eran minimizados en la literatura infantil.
Rubio recuerda que, hace cuarenta años, cuando comenzaba su camino en la escritura y lectura de obras para niños, predominaba una visión que subestimaba a los más pequeños por su condición. “Era común encontrar textos que resaltaban su aparente pequeñez; incluso, por desconocer los clásicos y las buenas obras contemporáneas, se confundía la literatura infantil con lo cursi, lo impostado y un lenguaje poco natural”, señala. El autor destaca que en esas obras abundaban los diminutivos, como “chiquititos”, “corazoncitos” o “amorcitos”, que se utilizaban con la intención de subrayar la condición infantil, pero que en realidad empobrecían el texto literario.
Rubio también resalta la diferencia entre el pasado y el presente en la difusión de textos. En tiempos anteriores, la imprenta era el único medio para publicar una obra, lo que encarecía su impresión de manera considerable. Esto hacía casi imprescindible pasar por un proceso editorial, donde “un buen editor podía ofrecer la orientación necesaria al escritor o detener la publicación de una obra que no aportaba nada nuevo a la literatura”.
Hoy en día, el panorama ha cambiado. Según Rubio, “existen facilidades para dar a conocer un texto digitalmente a costos relativamente accesibles”, lo que ha convertido la escritura para algunos en un negocio orientado a satisfacer demandas de una clientela. Esto, advierte, ha generado una confusión entre lo literario y lo educativo, promoviendo temáticas como el control de las emociones, la formación de buenos hábitos o la inclusión, que, aunque relevantes, han sido impuestas como modas. Para Rubio, este fenómeno revela que las necesidades del público adulto predominan sobre la creación de historias que realmente entretengan y desafíen a la niñez, estimulando su imaginación y creatividad a través del juego.
El autor también señala como un error a aquellos que se dedican a la escritura sin ser lectores constantes. “Es como pretender tocar el piano en una sala de conciertos sin haber tocado nunca las teclas de ese instrumento”, afirma. Para Rubio, “un escritor debe ser un lector insaciable de clásicos y contemporáneos, de textos canónicos y de otros que la sociedad haya rechazado”. Insiste en que la biblioteca de un escritor debe ser tan rica, abundante y diversa como su imaginación. De igual manera, el éxito para Rubio no radica en la promesa de convertir un libro en película o serie, sino cuando “un niño o una niña, de manera sincera y sin ningún interés, dice: ‘me gustó, no podía parar de leer’”.
Una vida dedicada a la escritura y la enseñanza.
Carlos Rubio ha publicado el poemario La vida entre los labios y los libros de cuentos Queremos jugar, Pedro y su teatrino maravilloso, El libro de la Navidad, La mujer que se sabía todos los cuentos, Las mazorcas prodigiosas de Candelaria Soledad, editado por nuestro fondo editorial en 2011. El príncipe teja tapices, El espejo de la Patria. El Teatro Nacional de Costa Rica contado a la niñez y La danta en pasarela, así como las novelas Escuela de hechicería, matrícula abierta y Papá es un campeón. Ha participado en encuentros internacionales sobre literatura infantil y promoción de la lectura, y dirige un programa que fomenta la lectura en escuelas públicas de Costa Rica. Rubio ha recibido el Premio Carmen Lyra y es autor de numerosos artículos académicos y libros infantiles. Ingresó a la Academia Costarricense de la Lengua en 2016 y actualmente se desempeña como su secretario.
A lo largo de su carrera, ha empleado sus cuentos y novelas como puentes culturales que permiten a los niños y jóvenes explorar su identidad, entender el mundo que los rodea y cultivar una sensibilidad hacia los demás, logrando un impacto cultural y social, a través de una obra que busca la comprensión de la historia costarricense entre los jóvenes.
En la segunda entrega de esta entrevista estaremos hablando de la visión de Carlos Rubio sobre la literatura infantil, planteándonos diferencias y esencias entre literatura y educación.
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