Una conversación con Carlos Rubio: el reto de escribir literatura infantil entre el cambio digital y el difícil contexto centroamericano.
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Segunda entrega
Diferencias y esencias entre literatura y educación: la visión de Carlos Rubio sobre la literatura infantil.
En esta segunda entrega de la entrevista con el escritor costarricense Carlos Rubio, profundizamos en su visión sobre la literatura infantil y su relación con la educación, la memoria y la identidad cultural. Si en la primera parte conversamos sobre la importancia de la calidad del texto más allá de su formato, en esta ocasión el autor reflexiona sobre la literatura infantil como puente entre generaciones, resaltando la importancia del folclor y la tradición oral en su obra. Distingue entre el texto literario y el educativo, defendiendo la libertad creativa del escritor frente a imposiciones pedagógicas. También comparte su experiencia como educador y narrador oral, destacando que la literatura infantil no debe ajustarse a edades específicas, sino fluir con autenticidad. En la próxima entrega, exploraremos los retos de la literatura en el complejo contexto centroamericano.
Una obra que conecta a los niños y adolescentes con las tradiciones de su país.
La obra de Carlos Rubio ha marcado a generaciones de lectores jóvenes en Costa Rica, conectándolos con la historia y las tradiciones de su país. Para Rubio, la literatura infantil está estrechamente vinculada, desde sus orígenes, con las tradiciones culturales: “la primera fuente de la literatura infantil es el folclor. Y el folclor, como expresión anónima transmitida esencialmente por medio de la oralidad, es muestra prístina de la cultura de una región.” En este contexto, el autor señala que, durante los siglos XVII, XVIII y, en gran medida, en parte del XIX, los cuentos populares, leyendas, mitos, poemas y canciones se transmitían de generación en generación a través de la oralidad, gracias a la narración de abuelas, abuelos, madres o padres.
Escritores que hoy se consideran clásicos, como los franceses Charles Perrault y Madame Leprince de Beaumont, los alemanes hermanos Grimm o el danés Hans Christian Andersen, “recopilaron versiones de esas tradiciones orales y las fijaron por medio de la escritura”, explica Rubio. Además, destaca que “Andersen fue un renovador, y es el padre de la literatura infantil contemporánea, pues conjugó la tradición oral con sus propias experiencias personales y transformó su vida en un hermoso cuento.” El autor también recuerda que, en el siglo XIX, se afirmaba que “el folclor es la infancia de los pueblos”.
Por esta razón, Rubio confiesa que, “de manera consciente o inconsciente”, en sus textos “se enhebran tradiciones, lo que he visto, escuchado o leído”. Esto es especialmente evidente en su primera novela, Escuela de hechicería, matrícula abierta, en la que intentó hacer una “relectura de la bruja como consultora popular”. Es una obra escrita a principios de la década de los 90, “cuando aún no teníamos internet a disposición, por lo que me di a la tarea de buscar oraciones y conjuros en mercados y ventas de hierbas. También incluí la tradición de los mantudos o los payasos callejeros, tan arraigada como expresión carnavalesca en prácticamente todo el mundo. También esas tradiciones, principalmente religiosas, se encuentran en El libro de la Navidad.”
En cuanto al impacto de sus obras en los lectores, Rubio afirma: “No soy yo, como escritor, el indicado para dar fe de ello. Son las personas que lo han leído. Sin embargo, me he encontrado con adultos que me han dicho que leyeron mis libros durante su niñez, y que desde entonces han creído que existe sabiduría y encantamiento en las oraciones que su abuela pronunciaba ante una imagen, en el pequeño escenario de la representación del Belén en un rincón de la casa o en el desfile escandaloso de enmascarados que pasa, acompañado de una cimarrona, por la calle.”
El escritor y el educador: cómo influye esta experiencia en su manera de escribir para niños y jóvenes.
Carlos Rubio ha sido no solo un referente de la literatura infantil en Costa Rica, sino también lo ha sido en el ámbito educativo, lo que refuerza su perfil como formador integral. A lo largo de su carrera, ha combinado su labor como escritor con su experiencia como educador, estableciendo una interrelación entre ambas disciplinas. En esta conversación, Rubio destacó la “amplia tradición de educadores que se han dedicado a la literatura para la niñez y la juventud en Costa Rica”, mencionando nombres fundamentales como Joaquín García Monge, Anastasio Alfaro, Carmen Lyra, Luisa González, Emma Gamboa, Adela Ferreto y Carlos Luis Sáenz. Para Rubio, el denominador común en todos estos autores es que “supieron diferenciar el texto literario del educativo”.
Rubio plantea que, “bien se sabe que la literatura tiene como fin prioritario el de causar un hecho estético en el lector”, lo cual puede ser interpretado de “múltiples e infinitas maneras”, generando “el entretenimiento del lector y que puede ser políticamente incorrecto”. Destaca que “gracias a la literatura jugamos con el lenguaje, así como los niños son seres lúdicos por derecho propio”, lo que coloca a la literatura en un “territorio de libertad para el que escribe y el que lee”. No obstante, para el autor, la literatura “no puede sujetarse a objetivos preestablecidos y mucho menos a líneas ideológicas establecidas por un gobierno”.
A diferencia de la literatura, el “texto educativo tiene, como es de suponerse, el fin de desarrollar el conocimiento”. Es decir, un texto educativo “nunca deja de ser político, pues responde a la formación de un modelo de hombre o mujer que ha sido definido previamente por la sociedad”. Sin embargo, Rubio sostiene que “si bien se puede (y se debería) aprender jugando, sus alcances pueden ser evaluados cualitativamente, y en algunos casos, medidos de manera cuantitativa”.
Esto no significa que, según el autor, el texto literario y el educativo no puedan contribuir a la “dignidad humana, la visión crítica de sí mismo y de la sociedad o valores para la convivencia”, pero resalta que son muy diferentes en lo que respecta a su proceso de elaboración, lectura o tratamiento.
Por ello, Rubio defiende los textos literarios que muestran al ser humano tal como es, sin adornos, y critica “esa textualidad, muy de moda en nuestra época, que pretende ser formativa en materias como equidad de género, derechos humanos, inclusión, ecología, y pone en mayor manifiesto el fin educativo que el artístico”.
Cuando habla de literatura, Rubio la ve como un “espejo en el que nos miramos tal como somos, sin imposturas”, y se pregunta si historias como El Gato con Botas que “engaña”, El Patito Feo que “sufre y reencuentra su imagen trastocada en un cisne en el reflejo del agua”, o una vendedora de fósforos que enfrenta la soledad de la noche helada, al igual que muchos niños que hoy duermen en las calles, o un Peter Pan que lucha cuerpo a cuerpo con el Capitán Garfio, “que es el enfrentamiento de un niño con un adulto”, no hacen que los niños se sientan más inteligentes. Se cuestiona: “¿Políticamente correctos?” “¿Educativas?” “¡Jamás!” concluye el autor.
La literatura infantil: una creación libre de etiquetas y edades
En este sentido, Rubio nos indica que un escritor no debe hacer distinciones al escribir para niños o adolescentes, ni adaptarse a un tipo de narrativa según la edad de su audiencia. No es necesario plantearse diferenciaciones en función de las necesidades emocionales o cognitivas de cada grupo de edad. Para Rubio, “el escritor debe guiarse por los dictados de su fuero interno, su creatividad, sus necesidades de expresión”.
Al respecto, el autor nos relata su experiencia cuando en 1995 defendió su tesis de licenciatura en Educación con énfasis en Primaria, que abordaba las etapas de lectura en la niñez y la adolescencia. “Treinta años después, me asomo a ese trabajo y encuentro gran candidez y alguna ingenuidad en sus conclusiones. Primero que todo, el escritor no debe hacer su trabajo para ninguna etapa específica de la infancia”, sostiene Rubio, quien considera que los textos “hechos por encargo” o aquellos creados con el fin de obtener fama, dinero o prestigio son “limitados, y muy pobres”.
No obstante, esto no implica que no existan características particulares que puedan hacer que un texto sea más adecuado para uno u otro grupo de edades. Por ejemplo, Rubio señala que “cuando esa voz que habita dentro de uno le sugiere un texto con personajes con características definidas, pocos diálogos y continuas acciones, se siente que puede estar dirigido a los más pequeños”. En cambio, “cuando el texto adquiere mayor complejidad, sus personajes transitan por diferentes estados psicológicos, abundan más las metáforas y otras formas retóricas, uno percibe que se encuentra ante un texto para un público de los últimos años de Educación Primaria”.
Sin embargo, según Rubio, “no es el escritor el que decide a quién se dirigen sus libros; para eso existe la figura del editor. El editor es el profesional que lee el texto con ‘cabeza fría’, sugiere mejoras, y en caso de aprobar la publicación, encuentra la etapa de la infancia a la que se dirige”. En palabras del autor, “se escribe para la niñez porque se siente infancia viva dentro del pecho; se comparte con el niño el juego, la picardía o la ternura. Nunca es una imposición, nunca una acción condicionada por lo que dicen personas entendidas en áreas como la psicología o la pedagogía”.
La narración oral: otra forma de dar vida a las historias
Los años de trabajo no solo han consolidado a Carlos Rubio como escritor, sino que también le han permitido explorar el arte de la narración oral. Su acercamiento al kamishibai, el teatro de papel de origen japonés, se dio gracias a Eduardo Báez, quien fuera director de Libros para Niños. “Gracias al enfrentamiento con el público, desde un escenario, y al manejo del uso de la voz y la expresión corporal, sé que una misma historia puede ser narrada ante niños de la primera infancia o adultos; lo que cambia es el tratamiento, el poder decir lo mismo con menos o más palabras, la entonación de lo que se dice y el uso del cuerpo. Un cuento nunca se narra igual, pero el encanto de escucharlo permanece durante toda la vida, así se tenga cinco o cien años.”
Rubio nunca ha escrito con la intención específica de dirigirse a la infancia; sus cuentos, novelas y poemas simplemente “me brotan así porque esa es su razón de ser”. Afirma que, el día en que se le agote la imaginación para escribir para esos lectores “sinceros, inteligentes, ávidos de risa y fantasía que son los niños”, buscará otra tarea: “tal vez entonces podré dar una respuesta certera a esta pregunta”, refiriéndose a la interrogante que le planteamos en esta entrevista: ¿cómo adapta su narrativa al escribir para niños pequeños en comparación con adolescentes?
En la tercera entrega, Carlos Rubio reflexiona sobre los desafíos de la literatura infantil en Centroamérica y el papel de los escritores ante estos retos.
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